Saturday, February 24, 2007

Carta a la bailarina

Febreo de 2007

Dicen que detrás del río hay un jardín de rosas negras y moras rojas. Hoy anduve perdido y encontré ese lugar que similar al paraíso me alumbró los ojos. Luz perfecta y llana, lúmina furtiva. Elevas percepciones y calmas muros. Morgue de mariposas que viajan a caer en las cascadas de plata, de oro, de tierra; ahora entro bajo la raíz de tus trilios, trópico invisible, me recibes con manzanas llenas de jalea y trigo seco.

Y detrás de ti, en las profundidades remotas y en tu última garganta, encuentro fragmentos de naturaleza muerta y de tigres blancos; me deleito con las frambuesas enterradas y con la piel de felino manto a la vez que compongo con el silbar una obra musical perfecta, de violines grillos y alacranes ocres.

Pero nada de esto me quita el agridulce de la nostalgia, esa que igual al ave quebrantada me llega en plumas sobre el rostro; y yo soplo, hablo poemas, para alejar las luciérnagas que dibujan tu boca y los vuelos que deletrean tu silencio. Paloma burbujeante de llanto y azúcar, pones tu nido en donde antes había latidos y sangre vulcana.

Salgo de la cueva y al instante mismo en que lloro parecido a los fantasmas, siento el aroma de las lágrimas secas por el poder de las palmeras y el sabor del viento que ni se palpa. Mi ojos se levantan y en lo cristalino fino del río aparece tatuada una bailarina, o bueno, su mirada, porque su cuerpo lógobre y triste y su baile épico y moderno, son todo esto, todas las hojas arco iris y los tallos de champaña, todas las ardillas de sabia y todas las panteras que bajo la vorágine llegan ocultas.

Tomo una piedra, a sabiendas que pesa más que un planeta, y rayo la poca de arena con una canción que es gemela del amor. Escribo las palabras que todo esto me enseñó y las leo en el sonido de la ocarina y musgo que mi perímetro emite. Alcanzo a decirle al par de ojos verdes que tengo de luna y de sol, que no olviden dar tibieza a mis movimientos y erotismo a mis recorridos. Y llega la noche, con uno de los iris cromo montaña, para alcanzar a ser testigo de esta agonía, de esta tortura. Porque paraíso que hay detrás del río, yo soy la mariposa que despliega sus alas coloridas y ya es momento de irme (¿o de quedarme?), de soledad buscar en otros fueros. Me sueltas pero un cordel soñado en eslabones de danza y versos nos unirá eternamente; mucho más allá de un centro muerto o de un poema incinerado algo más no habita.
Tal vez nosotros somos azules estrellas unidas en el misterio del tiempo que centelleamos esperanzas y selvas. Mi bosque unido de tierra y agua, mi dama laurantina, te quiero.