Saturday, January 19, 2008

Lágrimas amargas

Para Julieta




Insatisfacción. Melancolía. Dos palabras y dos puntos que las separan. ¿Serán pupilas descarriadas lo que las distancia o veré doble en razón de mis tristezas? Já, una carcajada con alas de mariposa me sale de la boca y se pone sobre este papel en blanco. Si escribo sobre sus alas con lágrimas amargas seguramente la ceniza me pintará el rostro. Si hablo con el ánima de mis intimistas voces tal vez aquel demonio amarillo salido de una crisálida sin cara me llene la boca de silencio. Mejor me callo y que siga esta voz de las líneas, que viaje sobre las autopistas del sentido y regrese porque olvidó en su casa la última palabra que otorgó fuego a sus caminos: despertar.

Desdicha. Furia. Dos palabras que no entran en mi casa de ojos, oídos y fosas. Cinco parejas de letras que se aman sobre un epistolario que cabe en un renglón: unas se tocan sin la punta de los dedos (porque no tienen) y las otras se lanzan, de un lado a otro, el espejismo de un recuerdo. Já, otra risilla que sepulta los llantos subrepticios de estos parpados hinchados, rojos, a punto de estallar por la falta de comprensión que se les tiene. Y lo mejor de estar así, al borde, es mirar el horizonte desvirtuado por mis temblores escleróticos. Ver aquella ciudad hirviendo en sus entrañas pintadas con soledad y dureza, observar los caminantes que se van metiendo entre sus bolsillos de ladrillo hasta dormir en los brazos de un dios que jamás tuvo un pueblo.

Vergüenza. Arrepentimiento. Dos palabras tan extensas como el ferrocarril que recoge los poetas de mi alma y los lleva hasta sus destinos sin lugares. ¿De dónde viene eso de que el que llega nunca estuvo? ¿De dónde sale una paradoja que no se choca, una afirmación que siempre cae? No sé cuántas preguntas son capaces de trabajar en mi cerebro, pero estoy seguro que detrás del cráneo soplado por cebada y nicotina hay una fogarata inmensa de imágenes entrañables, sonidos y ecos espectrales que me recuerdan el origen y las instancias fatalistas. Y lo peor de estar así, alejado de las oquedades de la vida, es verse y no verse en el revés de las monedas y las manos, es tocarse en la transparencia inútil de nuestra fantasía asustada por la pólvora. Porque si estas palabras me recuerdan algo más furioso que las llamas, es a la misma palabra, que entre batallas sin tiempo ni espacio logra acercarnos a la perfección que nunca somos. Intenta. Desfallece. Pero siempre alcanza ese punto en que dijimos nunca volver a cometer errores ni salir por las puertas que nunca se deben abrir. Sí, ese sitio tan desconocido que merece una estampa igual de enigmática: la muerte.










por Andrés Castaño