Wednesday, August 27, 2008

Todos recuerdan a Silva, pero ¿quién se acuerda de Candelario Obeso?



Por Chano Castaño

A Silva, ese rapsoda que se tronó el cardio a tiros, lo vemos en las paredes de Bogotá y si se recuerda tal vez una frase sale de la sombra: "Pasión hubiera sido/en verdad; estas páginas/en otro tiempo más feliz escritas/no tuvieran estrofas sino lágrimas". 
   Y Silva, entonces, es nuestro maldito, el mito fundante del verso pagano en Colombia, aquella sombra que aparece en los billetes de cinco lucas y desaparece en unas vueltas o al cerrar el libro. Es un poeta poeta, no una farsa de boina y pipa o una patraña que dice escribir sin creer en sus propias palabras. Silva es una figura, eso está claro, pero, ¿alguien acá conoce a Candelario Obeso?
   Un poeta negro, decimonónico y enamorado. Black poetry al son del alma africana y al ritmo del tambor. Nacido en Villa del Mompóx, Colombia, en el año de 1814 y, valga la redundancia parca, suicidado en 1884 luego de no soportar el estigma racista de la patria católica fervosa que lo vio nacer y caer. La historia dice que se disparó accidentalmente en el abdomen, pero estoy casi seguro (aunque tal seguridad no tenga fundamento) que no fue así, pues el mundo lo golpeó con la fiereza de la discriminación y aunque intelectual, traductor y comediógrafo, no quiso hacer parte más horas de esta trampa, pesadilla, paraíso, delirio, que algunos llaman vida. Candelario Obeso se lanzó a la expedición de lo propio y en su libro Cantos populares de mi tierra logró llevar a la afroamerica perdida al otro lado de la orilla, donde fue escuchada por algunos y estigmatizada por otros, quién sabe, en todo caso aquel libro aún nos acompaña y se puede comprar. 
   Pero mi reflexión en esta nave de internáuta no sólo va hacia el tema del poeta negro, sino a mirar qué es lo que se va perdiendo entre la cultura literaria de una nación y lo que se ve para siempre. Tenemos los dos casos, la figura de Silva y la lejanía de Obeso. Dos poetas, dos intelectuales, dos colombianos. Uno por la senda maldita por Baudelaire y Mallarmé, otro influenciado por Shakespeare y Victor Hugo. Ninguno amado verdaderamente ni odiado sustancialmente. Tal vez se cruzarían en las calles de una ciudad helada que los vio penar las músicas y hechizos de las escrituras del momento así como depronto se dieron la mano, sin darse cuenta, que en el otro cada uno estaba, no como un reflejo sino como una parodia, tal vez igual a un espejar o un ensoñar. Un encuentro entre el negro y el blanco, los equilibrios del mundo señalados por la piel y la poesía. Pero aquí está la diferencia: Silva es recordado y Obeso es olvidado. 
   Por eso en este artículo invito a que busquen a Candelario Obeso donde esté, metido entre los roots de una literatura colombiana que cada vez parece más pequeña, más cerrada, menos comprensiva, regularmente leída. Encontrarán un negro de racamandaca, de un purismo bello a la hora de traer a la hoja las voces de su pueblo originario, un poeta colombiano decimonónico que sufrió el racismo católico y la guerra, lloró el amor y cantó a la diosa homérica. Candelario Obeso siempre viva, y que sus palabras nos sigan elevando!

Tuesday, August 19, 2008

Escritores modelo 2008=No lectores 200?

Por Chano Castaño

   Esta mañana leí en la revista Arcadia una sentencia que me pareció muy coherente con lo que veo en el tema de las juventudes lectoras-escritoras, las cuales no desaparecen, sino que en el proceso de transformar maneras de lectura atrofian la relación con el libro y, sin lugar a dudas, lo desplazan a un segundo plano. Gabriel Zaid, citado por Nicolás Morales en su columna Sopor i Piropos, nos dice: "El problema de los libros en este continente no son lo millones de pobres que apenas saben leer y escribir, sino los millones de universitarios que no quieren leer pero si escribir." 
   Esta idea es perturbadora y de disyuntivas: o uno piensa que la literatura del continente, desde los autores hasta las librerías, tiene un problema que todos quieren solucionar pero que nadie realmente ve, o uno piensa que Latinoamérica y sus letras son una gazapa, un sortilegio de pandillas como el Boom y los piedracielistas, y sin llegar lejos, de los surrealistas locales de bricolaje y los impresionistas de billares, taberna y puñal en mano. Esto que acabo de decir no tiene nada de cierto, pero de seguro si mi lector no tiene más libros leídos se hubiera tragado el cuento enterito, o al menos parte del mismo. Porque esa sentencia del ensayista y poeta mexicano no deja dos opciones, sino que aniquila el principio del hecho literario, que no es la construcción del relato por parte del escritor, sino la recreación, el imaginar y el compartir una realidad con el libro, embeberse con la sonoridad y sapiencia de las palabras y dejar que en la cabeza, a ritmo de tren, la lectura viaje y haga de las suyas--que a propósito son muchas, como aquello de hacer lo real más enigmático y hacer de los misterios una arista que da vida. 
   Lo que verdaderamente me preocupa, entonces, de la sentencia del cuatex, es que tiene razón como nunca antes otro la había tenido: estamos en un mar de escritores que no leen. Desde mi punto de vista (que para muchos será el de un chafarote, inquisidor o crítico recalcitrante), me parece que la verdadera literatura se construye si en la cotidianidad del escritor están algunos elementos clave como la palabra (aparecida fosforescente), el delirio del ensueño (habitarse en hábitats infinitas dentro de uno mismo), la embriaguez poética (salir de la anti-poesía y vivir la vida) y la lectura. En este último aparte es donde reside la preocupación de este escribano sin rostro, porque más que un elemento del escritor, la lectura es su libertad innata, la que le corresponde por oficio, herencia y tradición sólida, la que le ayuda a encontrarse y a conocerse y a construirse y destruirse: un escritor sin lectura es una mentira sin verdades. 
   Me da miedo que en el futuro los escritores hayan olvidado todas las historias y los poemas que ya se habían escrito, y que se repitan imparables, sin poder darle un alto a su manía pues una maldición (netamente del tipo de embrujos humanísticos basura) no se los permitiría: la maldita infamia, la maldición continua del egoísmo literario, que ahora, en sus exageraciones más crestudas y tsunamis, parece dictar una filosofía del "te leo para que me leas, porque si tu no me lees a ti yo no te leo". !Qué coños les pasa, pelafustanes de casco y cálamo!, !De dónde sacan eso de que leer arte no vale, sino sólo y solamente escribirlo!, !scripta manent no es la única formula de la inmortalidad!, !También existe la existencia rica en pasiones por el trabajo del poeta, del escritor sesudo que disfruta aprehendiendo y dejando ir!
   Pero no rabio más en estos temas. Me largo y dejo acá este artículo de muchos que empezaré a escribir porque esto me ofende. Soy un lector-escritor consumado en su delirio personal y no entiendo cómo esa sensación, la misma que sé nace en millares de corazones, no es capaz de conmover a alguien y hacerlo ir a los libros (aún más si está dispuesto a vivir de la escritura), invitarlo a jugar, a descubrir, a refundar, a decorar, a comenzar a ser un escribano no de palabras al viento, lejanas de su inevitable verdad, sino un escriba al que le guste leer más arte, al que le encante conocer autores y mundos y músicas y encontrar el cuerpo deforme de una obra literaria. A ese escritor le apunto yo, divirtiéndome en el proceso. No quiero escribidoras maquinistas, ni ensoñadores por encargo y menos, óigase bien, escritores-no lectores. 

Wednesday, February 06, 2008

Una llamada desde el puente del arte

Por: Andreas Casta


Le Pont des Arts;

una sumisa palabra

canta lacrimosas caravanas;

goteras de romana fémina. 

 

Latina subterfugia;

esperanzador naciente

como el ojo de la selva.

Valía vida

soplo versos en tu boca de lamentos.

 

En la mañana, hoy,

el piano laurantino de tu garganta

legó al amanecer

un encuentro en el camino.

Tu voz, boreal océano, habló en tu cuerpo.

 

El mundo separa

con la intención de cantar

un relato de amores inmortales.

Bailarinas, escribas: a ninguno llamo.

Mi historia ya tiene latinas y palabras.

 

Siento renglones de tierra

danzas en olas rojas,

poemas de viento y fuegos íntimos:

de mi cuerpo brota un oasis melancólico

y de ti vienen los sedientos de tristeza…

 

Foránea maja del gemir sudario,

no te quejes por amores del ocaso;

ellos vienen cubiertos por lana de estrellas

en una mandrágora de luces.

Vulcano sentir, no vibres por pecas de viento.

 

Algún día sobre la marcha

del cruzado camino que andamos

encontrarás el ánima votiva

que nunca se irá para siempre.

Una voz la deja ir, la deja ir…

 

Llamada desde el puente del arte: un poema, una maja, una causa…la deja ir.

Saturday, January 19, 2008

Lágrimas amargas

Para Julieta




Insatisfacción. Melancolía. Dos palabras y dos puntos que las separan. ¿Serán pupilas descarriadas lo que las distancia o veré doble en razón de mis tristezas? Já, una carcajada con alas de mariposa me sale de la boca y se pone sobre este papel en blanco. Si escribo sobre sus alas con lágrimas amargas seguramente la ceniza me pintará el rostro. Si hablo con el ánima de mis intimistas voces tal vez aquel demonio amarillo salido de una crisálida sin cara me llene la boca de silencio. Mejor me callo y que siga esta voz de las líneas, que viaje sobre las autopistas del sentido y regrese porque olvidó en su casa la última palabra que otorgó fuego a sus caminos: despertar.

Desdicha. Furia. Dos palabras que no entran en mi casa de ojos, oídos y fosas. Cinco parejas de letras que se aman sobre un epistolario que cabe en un renglón: unas se tocan sin la punta de los dedos (porque no tienen) y las otras se lanzan, de un lado a otro, el espejismo de un recuerdo. Já, otra risilla que sepulta los llantos subrepticios de estos parpados hinchados, rojos, a punto de estallar por la falta de comprensión que se les tiene. Y lo mejor de estar así, al borde, es mirar el horizonte desvirtuado por mis temblores escleróticos. Ver aquella ciudad hirviendo en sus entrañas pintadas con soledad y dureza, observar los caminantes que se van metiendo entre sus bolsillos de ladrillo hasta dormir en los brazos de un dios que jamás tuvo un pueblo.

Vergüenza. Arrepentimiento. Dos palabras tan extensas como el ferrocarril que recoge los poetas de mi alma y los lleva hasta sus destinos sin lugares. ¿De dónde viene eso de que el que llega nunca estuvo? ¿De dónde sale una paradoja que no se choca, una afirmación que siempre cae? No sé cuántas preguntas son capaces de trabajar en mi cerebro, pero estoy seguro que detrás del cráneo soplado por cebada y nicotina hay una fogarata inmensa de imágenes entrañables, sonidos y ecos espectrales que me recuerdan el origen y las instancias fatalistas. Y lo peor de estar así, alejado de las oquedades de la vida, es verse y no verse en el revés de las monedas y las manos, es tocarse en la transparencia inútil de nuestra fantasía asustada por la pólvora. Porque si estas palabras me recuerdan algo más furioso que las llamas, es a la misma palabra, que entre batallas sin tiempo ni espacio logra acercarnos a la perfección que nunca somos. Intenta. Desfallece. Pero siempre alcanza ese punto en que dijimos nunca volver a cometer errores ni salir por las puertas que nunca se deben abrir. Sí, ese sitio tan desconocido que merece una estampa igual de enigmática: la muerte.










por Andrés Castaño