Monday, June 21, 2010

Diario de una coincidencia

Por Desconocido VI

Desde que abandoné la escritura no ha pasado nada que me haga regresar a ella con ímpetu, vigor o pasión, por aludir a la palabra futbolera de estos días.
Desde que abandoné la escritura me han dado ganas de quemar mis libros, olvidar a Juan Villoro, desaparecer el fraseo de citas en mi cabeza, y bailar con otra gente, con alguien a quien no se le pase por la cabeza levantarse a escribir, o a tomar fotos, o a filmar clips, o a fumar marihuana.
Desde que abandoné la escritura rutinaria me he dado cuenta que no puedo construir párrafos de varias líneas. La virtud de la brevedad viene con el abandono, o el alejamiento, si alguien quiere llamarlo así.
Desde que abandoné la escritura también algo deseoso y mórbido en mis entrañas dejó de estremecerme. Parece del pasado la locura erótica, el enérgico impulso devorador de cuerpos, la fuerza extraña que me invadía cuando deseaba carne. No ha desaparecido por completo, obvio. Pero su intensidad disminuyó, su desparpajo se hace predescible y las cosas que antes parecían dejarme sin seso hoy me asaltan con parsimonia.
Desde que abandoné la escritura creo que me estoy convirtiendo en otro, en algo que no parece ni mejor ni peor, ni menos ni más, aunque si una pizca de sinceridad y frialdad lo tejen, y una poca de satanidad y lujuria lo terminan. Porque me siento demoniaco y sátiro cuando el presente me reta y me corrompe de nuevo, como si la piel de la primera infancia se quemara con un hierro hasta el placer.
Desde que abandoné la escritura no hago que pensar en otra cosa: no la he abandonado para siempre, no es para siempre, no, no.
Desde que dejé de poner palabras en papeles otras palabras me seducen. Vienen de lenguas distintas, de lenguajes diversos, de inspiraciones que no saben qué inspiran. Y me gusta que esas nuevas palabras se refugien en mi cabeza desordenada, porque siempre he sido un palabrero desaforado que paladea su adicción con libros, diccionarios, recitales, debates, programas de radio, y de todo eso al final quedan es las palabras, las que uno se haya fumado, inyectado, bebido o inhalado, o escuchado se podría decir también, aunque a mí en verdad las palabras me llegan mejor es por otras vías, por donde su sonido no sea tan caro ni su sentido sea tan corto.
Desde que dejé de escribir lo único que añoro todos los días es volverlo a hacer, pero con la libertad de la red. Porque los libros cada vez se resisten más a romper sus fronteras, a desatar el nudo limitante que tienen con una forma física que parece no favorecer la información y las narrativas del futuro. Pero, ¿cuál es el coño futuro? Algunos pueden decir que el hipertexto. Yo creo que es algo más. Una texto donde la lógica siga presente aunque no haya un orden de capítulos ni de secuencias. Un texto donde pueda haber miles de informaciones detrás y se pueda tener acceso a todas. Un texto que no sea texto ni hipertexto, sino antitexto, algo no lineal, algo que venga de todos los lados pero igual se pueda seguir leyendo.
Desde que dejé de escribir una de las tantas cosas que pienso es cómo hablar mal de la escritura, de los libros, de la lectura, de su futuro nefasto en las nuevas tecnologías. Pero soy un completo idiota porque nada de eso va a pasar. Algo que el hombre occidental jamás piensa transformar es su forma de escribir.
Desde que deje de escribir siempre me río en la calle solo al elucubrar algo. Y ya no lo escribo ni vengo a estamparlo en líneas. Simplemente lo disfruto. Y ya.

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