Tuesday, October 13, 2009

De la muerte de Chayane y otras desgracias urbanas.

Por Chano Castaño


   Comenzaba el segundo semestre del año 2004, yo era un perdido estudiante de publicidad de la Tadeo y rondaba los viernes tabernas como el Garage, el Baño de 4 Parques y la Séptima de Centro a norte. La vida se iba entre porros, libros de Cortázar que paleaban mi adicción a su escritura y mujeres pasajeras. Las fiestas siempre eran buenas si alcanzabas el amanecer con ánimo. Los domingos eran excelentes si abrazabas a alguien hasta la tarde pasando el guayabo de pepas y whisky. 
  Pero igual llegaba el estudio en el que siempre he sido firme y libre, y entre clases uno fumaba cigarros presurosos, hablaba en la plazoleta y se reía de todos, de tombos, primiparos y chirrys. Y entre esos chirrys nadie puede olvidar uno especialmente, Chayane, aquel moreno de 6 muelas que andaba siempre trajinado, con la ropa hecha flecos, con el afro pegachento que olía a calle. Un hombre formal porque muchas veces lo vi con traje de corbata y pantuflas de gorila caminando por toda la Cuarta, o caballeroso y heroico, pues ponía tablas sobre los charcos para que las jóvenes pasaran y advertía del asalto a los estudiantes borrachos de media noche. Toda una figura Chayane, quien después de haber sufrido la pérdida de su amada Olga tiempo atrás sabía las vicisitudes de la vida entre postes y esquinas, los peligros que se corrían y las oportunidades que se perdían. 
   Siempre tuve en la buena a Chayane; si me estiraba la mano se la daba sin asco; si me preguntaba cosas se las respondía con elocuencia de parlache; en el momento del hambre le gastaba cualquier cosa que estuviera al alcance de mi precario bolsillo de estudiante; me divertía con su canto pastoso y quebrado que entonaba rancheras y temas que nunca supe qué eran; y en las noches, escoltado por su conversación y caminata, escuché sus historias trocadas y pendencieras. Precisamente semestres después cuando ya estudiaba comunicación social y escribía para la revista la Brújula de la Tadeo, narré el éxodo de Chayane desde tierras cálidas a las frías y sangrientas calles del centro de Bogotá. No recuerdo bien de dónde venía pero sí que su familia y la de Olga habitaban el barrio la Paz, ese reguero de casas que hay arriba de la Tercera y que se debate entre tiendas y parqueaderos donde venden bareta. 
   La entrevista que le hicimos con Jessica Sánchez, mi compañera de crónicas urbanas, fue bastante entretenida y clarividente. Nos hizo ver que dentro de un habitante de la calle tan guerrero y colorido como Chayane todavía existía la noción de ciencia como verdad y de estudio como salvación. "Yo me acuerdo que la Olga siempre quiso estudiar en la Tadeo, y a ella le gustaba la ciencia y saber de las matas y de los animales porque quería mucho los perritos y otras cosas", nos dijo Chayane en aquellas ocasión. Pero su respuesta más contundente y que marcaría el reportaje fue la que nos dio cuando le preguntamos qué pensaba de ese gusto por la ciencia: "Ustedes saben, la ciencia es de muchas cosas, de cosas de la calle, de la vida, de la gente, y además la ciencia es buena porque  la verdad es galáctica". 



   Veracidad Cósmica

   En esa crónica Chayane nos contó una historia que reflejaba los trastornos de su cabeza. El relato versaba acerca de su bajada del barrio la Paz al de Las Nieves. Nos dijo que todo empezó una noche en que dormía en su casa allá en la loma. Dormía intranquilo porque un vecino había amenazado con matarlo. De repente en la madrugada escuchó un estruendo y se asomó por la ventana del cuarto y vio a su vecino apuntándole con una pistola. Los disparos comenzaron y Chayane se bajó al primer piso de su casa y oh sorpresa, ese primer piso estaba inundado porque un aguacero garrafal que había caído toda la noche tenía en ascuas la tubería. Nuestro personaje, según él, salió corriendo y se lo llevó una avalancha de agua entre las calles del barrio la Paz, una corriente que como un río de la concret jungle lo arrastró hasta la entrada del teatro Metropol. Y ahí empezó su periplo por el barrio donde queda la Tadeo. Y ahí también empezó, sin que él lo supiera, la cuenta regresiva de sus días. 
   Hoy una voz me contó por teléfono que a Chayane lo habían matado. 
   Al yo preguntar por el suceso me comentaron una historia veloz y llena de esos detalles extraños que lo único que hacen es acrecentar la impunidad. Según esa voz, a la media noche en el parque pequeño que hay frente a la taberna el Garage, diagonal al edifico de postgrados de la Tadeo, Chayane fue apuñalado por unos barristas de millonarios. De esa gente que llena de perico y trago barato buscan al mejor postor para pegarle o robarlo, para matarlo y reír después. Y Chayane cayó esta vez, yéndose así con una parte de la "verdad galáctica" de la Tadeo y de sus egresados y estudiantes, porque el amor y repudio que le tenían entre la comunidad tadeísta siempre se sobrepuso al prejuicio: nadie apostaba un peso por él pero se sabía que no robaba, que no mataba, que no fastidiaba, que era un agente activo del paisaje urbano de la universidad, un elemento importante lleno de experiencias y advertencias para todos. 
   Otras malas lenguas, llenas de temor, acusan a la limpieza social. Si es así--que no lo creo--Chayane no tenía nada que ofrecerles: sin él esas calles van a ser más peligrosas porque a muchos los salvó del hampa callejera, además nunca se le vio trayendo dealers ni rateros, caso diferente al de Jimmy, otro habitante de la calle que se sabía hacer amigo de los estudiantes para luego campanearle a sus secuaces cuál era el mejor pollo para caerle sin mente. 
   Esta ciudad mal hecha, llena de injusticias, maltratos, arbitrariedades, escándalos, violaciones y corrupción, cobra otra víctima entre los que menos daño hacen y más ayuda necesitan. Siempreviva Chayane: amigo, narrador y estrafalario loco que le hará falta a un barrio y a una comunidad estudiantil que es frívola ante los crímenes atroces y continuos que se presentan en las calles que la rodean. Que nuestra memoria frágil no se llene de bazuco, de susto, y ojalá seamos capaces de poner un alto a la criminalidad de los habitantes de la calle. 
   Hagámoslo por Chayane y todos los anónimos y solitarios muertos que no tienen a nadie que los llore. 



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