Sunday, March 15, 2009

200 años de miedo a la Poe


Por Chano Castaño 


El miedo del siglo XX lo hizo un hombre del que se habla bien cuando se trata de sus palabras y obras, pero del que se habla perversamente cuando de su conducta se trata. El miedo que viene de las pantallas de cine, que sale de la boca de los cuenteros, que atraviesa la imaginación de los niños, lo engendró este sujeto de bigote negro y rostro enigmático. Y cuando uno lee sus cuentos siempre queda una sensación de horror, una emoción perpetua de muerte, un ambiente lúgubre que se resume en una neblina espesa que cubra la calle, en un pozo oscuro, en una casa desquebrajada y espectral.

   Si Edgar Allan Poe está cumpliendo 200 años de su nacimiento y 150 de su muerte entonces nuestro miedo, ese pavor explícito que carga la modernidad encima, también está de cumpleaños. Allan Poe está presente en cada momento de oscuridad que tiene un escritor y vive entre líneas cuando de temas góticos, policíacos y de horror se escribe. Sin su manera de componer, sin su fantasía fantasmagórica y su tensión constante, los cuentos que conocemos ahora no habrían podido ser escritos y tal vez nuestra existencia sería más aburrida y tranquila.

   Poe nació el 19 de enero de 1809 en Boston bajo el seno de una familia artista, donde los padres eran actores que recorrían el país haciendo teatro y recibiendo aplausos y escupitajos. Su vida está llena de altibajos, de botellas vacías y continuo sufrimiento. A corta edad su madre abandona esta vida y él es adoptado por la familia Allan, de la cual tomará su apellido hasta la muerte, y de dónde viene su hombre de combate y fuego: Jhon Allan, ese padrastro militar que con reglas estrictas trató de controlar al impaciente infante, y lo único que hizo fue engendrar un poeta de lo monstruoso, de la locura, del alucine.

   Edgar Allan Poe se escribe en la Universidad de Virginia ubicada en Charlottesville y empieza a estudiar lenguas. Entre la diatriba cotidiana y juvenil el poeta conoce el juego, la bebida, los libros imprescindibles y el sufrimiento. Como a un tahúr, en cartas y dados se le va el dinero y sus deudas crecen como maleza. Jhon Allan, su padrastro y protector, quien recibía toda la carga de esas pérdidas, se cansa y manda por el muchacho incorregible, que llega a Boston a trabajar en el oficio que salga. De ahí en adelante su vida dependería del viejo y mal remunerado oficio de escribir, del que aprovecharía el periodismo, la crítica y la prosa para conseguir unos centavos.

   Edgar Allan Poe escribe entonces su primer libro, Tamerlán y otros poemas, del que sale un tiraje de 50 copias que desaparecen no por ser un éxito literario, sino por la poca fama del autor, quien también en ese tiempo se enrolaba en el ejército. Allí encontraría estabilidad económica y labores varias que lo entretendrían un tiempo, pero después volverían los problemas. Obtuvo el grado de sargento mayor en artillería y con ese avance intentó buscar alternativas; confesó a su primera autoridad, el teniente Howard, que había mentido en el formulario de inscripción y le pidió que acortara el tiempo de alistamiento y éste, piadoso y comprensible, le dijo que lo haría pero sólo si trataba de reconciliarse con su padrastro, Jhon Allan, ya que él podía ser clave a la hora de hacer la diligencia. Poe escribió una epístola de reconciliación que no fue respondida en meses. El padrastro ya tenía una actitud frente a él y al parecer era imposible hacerlo cambiar de parecer. Fue necesario un hecho trágico para que los dos volvieran a verse. Su madrastra, Frances Allan, quien lo había mimado y criado desde párvulo, murió sin que Edgar tuviera conocimiento del hecho, y hasta un día después de su funeral fue enterado, lo que llevó a que reaccionara fatídicamente. Cuando fue a visitar su tumba—ese mismo día después del sepelio—no pudo resistir la congoja, el horror, la melancolía, el miedo, y cayó desmayado como una golondrina que muere buscando el horizonte. Gracias al acontecimiento el corazón de Jhon Allan se ablandó y su comprensión llevó a que facilitara la diligencia del alistamiento de Edgar en el ejército, pero bajo una condición: debía matricularse en Westpoint, otra academia militar.

   Borges decía que los hombres débiles sólo tienen las palabras para vencer y defenderse y así le pasó a Edgar Allan Poe. Tras un juicio marcial que lo declaró culpable por evasión de la autoridad militar y abandono del servicio, el poeta de Boston empezaría su vida como amanuense. Vendrían con el tiempo varias publicaciones que le harían ganar reputación pero también que le granjearían la fama de escribano alucinante y loco. Su problema con el alcohol es conocido por todo el mundo y es más su fama por esta condición que la que merece por su obra literaria. Hay quienes dicen que era un infatigable fumador de opio, pero hay otros que aseguran que nunca fue drogadicto, sino un solitario y empedernido compañero de las copas. Habría que estar allí, en pleno siglo XIX, para comprobar si sus intoxicaciones asiáticas eran reales o si son vanas falsedades que se han hablado en su contra. A Poe—como al siglo XX— se le ha acusado de todo: satánico, necrofílico, drogadicto, soñador, rapsoda, periodista, oscurantista, decadente y depresivo son algunos de sus calificativos más conocidos. Tal vez era todos y ninguno o algunos y otros no. En todo caso su legado tiene fragancia de cadaverina.

   Edgar Allan Poe fue una influencia marcada que tuvo la literatura francesa y latinoamericana. Charles Baudellaire, el vate maldito de París, tradujo sus cuentos y reprodujo por todo un continente sus palabras, esas que narraban la historia de una casa que caía tras el resucitar de sus habitantes catalépticos; las mismas que ondinas, profundas, poetizaban al cuervo desperado que lleva al delirio a un hombre; esas palabras que sin duda alguna dieron vitalidad a todo literati que buscaba la urbe entre los párrafos, la ciudad y sus huecos insondables de amargura. Allan Poe creó la manera de alcanzar aquella sensación que procura el cuento moderno, y se inventó la trama policíaca, que a desembocado en la novela negra, aquel género de sangre, pólvora y misterio que tanto encanta a los lectores.

   Julio Cortázar tradujo al español a Edgar Allan Poe. De esas traducciones—hay que imaginar al cronopio sentado elucubrando cada instante, cada metáfora, cada palabra eléctrica—muchos autores han dicho frases sueltas. Algunos aseguran que Poe es mucho mejor en español y en francés que en el mismo inglés. Hablan de tosquedad en el estilo, de imperfección, y dicen que hubo muchas correcciones por parte de los dos grandes literatos que se ocuparon de traducirlo. Lo cierto es que las versiones de Cortázar son espectaculares, todo un trabajo admirable y artístico que seguramente hizo mientras trabajaba en su oficina de la Unesco, fumando, ensoñando a Poe sobre las calles de Boston y New York, imaginándolo como un sujeto tan triste y tan fascinante como su palabra escrita.

   Borges fue otro latinoamericano que habló de Poe desde todos los ángulos. Fue crítico y admirador de sus escritos y seguramente, en su lectura activa y precisa, encontró millares de emociones. En sus famosas seis conferencias, dictadas en la Universidad de Harvard en el transcurso de 1967 a 1968, dijo que Poe lo había impresionado cuando era joven, pero que ya en la adultez sus historias llegaban hasta a incomodarle por el estilo del autor. Borges también cita al famoso poeta norteamericano Emerson, quien siempre dijo que Poe era el hombre ripio. A esto Poe siempre contestó de manera crítica y astuta, pues para él la filosofía trascendentalista de Emerson y David Thoreau no eran más que misticismos inapropiados, mal usados y con intenciones puramente retóricas más que sustanciales. Pero Borges también escribió un poema sobre Edgar Allan Poe que tiene versos estremecedores y musicales, de los cuales resaltan unos que dicen: Como del otro lado del espejo/ se entregó solitario a su complejo/ destino de inventor de pesadillas./ Quizá, del otro lado de la muerte,/ siga erigiendo solitario y fuerte/ espléndidas y atroces maravillas.

   El pasado siglo XX, gestor de dos guerras que casi nos destruyen y desembocaron en la bomba atómica, creador de genios como Vicente Aleixandre y Roberto Bolaño, epicentro de invenciones tan grandes como la internet y las naves espaciales, lugar de nacimiento de generaciones místicas y revolucionarias como las de los 60´s, es un siglo que va a ser recordado por la humanidad con fervor y pavor. Y ese temor protuberante de nuestra sociedad, esa temeridad en las calles y en la oscuridad, ese miedo incesante frente a lo natural y lo artificial, esa emoción de vacío y desespero, la ayudó a nutrir Edgar Allan Poe. Nadie dice que este sentimiento no existiera desde el principio de la humanidad, pero indudablemente las formas y mecanismos que el propio hombre ingenia para crear pánico en la modernidad están llenas de las fórmulas de Poe, de su estilo para llevar los acontecimientos, de su ritmo para encuadrar toda una escena espeluznante.

   Por eso es que este 2009 no puede ser un año vano. Hay que recordar al padre de nuestras pesadillas cada día y leer sus poemas y cuentos para ser concientes de que el miedo a la Poe está presente en cada esquina, en la conversación cotidiana, en las miradas penetrantes, en las presencias alteradas, en las sombras de media noche, en las palabras duras, en los fantasmas ocasionales, en las películas de zombis, en las historias de suspenso. El mundo no puede dejar pasar los 200 años del nacimiento de Poe pues olvidarlo sería volver a descubrir el miedo nosotros solos, y ya no tendríamos esa guía fantástica que nos lleva de la mano a través de casas embrujadas, de cementerios malditos, de gatos negros y péndulos infinitos. Edgar Allan Poe es el miedo de la modernidad y esta era le debe esa faceta, ese rostro misterioso que nunca permite sentir el límite. Y el hombre le debe un agradecimiento porque en su literatura se camuflan elementos de la naturaleza humana más perversa y oscura, y tal vez sin aquella poesía melancólica y aquellas narraciones tensas, no hubiéramos descubierto que somos seres de dos caras. Seres que también ensueñan la muerte, el desastre, la tristeza y el olvido.

  

  

  

   
   

   

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