Wednesday, March 11, 2009

El Tren IX

Por Chano Castaño




   Hubo un hombre secreto en el mundo que se casó con una mujer de vida pública: ella lo metía entre los círculos de personas ricas, con poder; y él mantenía su cama llena de caricias y palabras encantadoras. Fueron una pareja excepcional. Nadie se negaba ir a sus fiestas, todos reían con sus chistes, les hacían venia a sus comentarios, abrían la pista de baile para ellos. Pero un día el hombre secreto decidió no seguir con la mujer pública--justo después de haber conseguido todo lo que buscaba, es decir, la manera y el recurso para hacer La Gran Subasta. 
   Muchos dijeron que fue un romance lo que alejó a semejante caballero de soberana dama, pero como su nombre mismo lo explica, el hombre secreto sólo debe tener secretos, y nadie puede guardarle sus comentarios como verdades, pues para aquel sujeto mentir era la realidad. Si hubiera contado sus planes o su verdadero origen de seguro no consigue tantos lujos y facilidades. Era necesaria la ficción, pero todavía era aún más necesario trabajar en ella, y por eso el hombre secreto siempre dijo que era un guionista francés. 
   A la dama pública había dos cosas que le fascinaban: el cine y las subastas. Como no tenía amigos que supieran mucho del tema decidió meterse en bares de bohemios que fusilaban del aburrimiento o encantaban con la inteligencia, y en esos cafés y bares tumultuosos y humeantes, entre el olor a vino y vodka, conoció la dama pública al hombre secreto y se hicieron primero amigos y después amantes. El resto de la historia ya la conocen. 
   El país de los trenes es un lugar enigmático, con todas las estaciones menos invierno, de tierras áridas, selváticas y calurosas, con una extensión igual a la de sus ferrocarriles y con una población que trabaja toda en la empresa de transportes. Los dueños de esa empresa siempre han sido los mismos, y bajo su mano se ha creado este país desorbitado, sin gran relato y sin gracia fuera de sus vagones. El mundo entero viaja a través de ellos y los grandes millonarios contratan la empresa para que les venda vías férreas y trenes: son los únicos constructores de estas máquinas y como tal piden una condición única a la hora de los tratos: que terreno por donde pasen los hierros, terreno que pertenece al país de los trenes. Sin pestañear todos aceptan porque es idiota no hacerlo. La extensión del país de los trenes es vasta, pero su fragmentación permite que no haya población ni ejército ni senado ni nada de esas cosas, ni siquiera un libro de leyes. Los dueños de la empresa son quienes premian y castigan y quienes hacen de policías y ladrones. El resto, los pasajeros y trabajadores, son fichas que juegan sin darse cuenta. 
   La Gran Subasta es la última estación del país de los trenes. Pocos llegan hasta allí porque es un reservado que nadie paga.  Solo Ricos, grandes empresarios, excéntricos artistas, presidentes, reyezuelos, líderes de todo tipo, en fin. Lo único necesario para ingresar a las suntuosas mansiones y para viajar en los lujosos yates de la subasta es pagar nueve millones de dólares en efectivo y esperar un año. El dinero se invierte en hampa porque La Gran Subasta no vende estupideces sino cosas tan extrañas como valiosas, cosas que no siempre son adquiridas legalmente. Muchos de los objetos son negociados si sus dueños aceptan la oferta, pero la mayoría son robados porque o no tienen valor o su dueño se rehusó a cederlos. Es una mafia La Gran Subasta. Una mafia corrompida, astuta, demoniaca y juerguista, porque siempre los eventos terminan como en Roma: orgía orgía orgía...
   Este año La Gran Subasta está cuidadosamente planeada. Alguien, no se sabe quién, tal vez el hombre secreto, advirtió que varios países del mundo organizaron una conspiración para acabar con el monopolio del transporte férreo y de paso con el negocio de la subasta. Todos los ladrones fueron excepcionalmente escogidos, todos los estafadores fueron investigados hasta los huesos, todos los mentirosos contratados fueron probados y probados hasta que mentir se volviera un proceso natural. Y el hombre secreto entonces se arriesgó pero sin jugar su última carta: subastaría de paso el tren y el país entero con él. 

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