Wednesday, February 04, 2009

El Tren (V)

Por Chano castaño



   Anoche leí la carta astral a una mujer y esta mañana amaneció ahorcada en su cuarto. La soga estaba bien amarrada y su cuello quedó torcido como una tuerca chata. Los policías (peleles sin excepción) hablaron de móviles absurdos y su comandante (el tabarrón del siglo) aseguró que en el tren había un asesino que sería encontrado con prontitud. Yo podría ser ese criminal, pero nadie sabe qué le dije a Maritza Cantoná. Y nadie lo sabrá. Mis lecturas del porvenir y de los ciclos son secretas. Nadie debe escucharlas a no ser que sea el que paga. Nadie debe intentar poner trabas al destino ya escrito. Nadie puede refutar mis palabras. Nadie puede mirar mis ojos.
   Esa mujer había llegado a mi cuarto porque el políglota que está en el siguiente vagón me recomendó, un sujeto hablador, cultivado, bebedor de vino blanco y que tocó la puerta de mi habitación una tarde y me contó que Babilonius López, el jefe de los policías que van en el tren, me había sugerido para que limpiara su alma y esclareciera su porvenir: y esa viga de la ley, ese crápula de macana y 38, fue mi primer cliente, pues cuando pasó las primeras noches en el vagón 14, aquel donde está lo peor de lo peor, me arrestó por andar vendiendo esencias y aguas espirituosas. Cuando estaba apresado en la habitación que improvisadamente convirtieron en calabozo, Babilonius se acercó a mí y contó su tragedia, y me dijo que si podía ayudarle en algo lo hiciera, y entonces su carta astral le deduje sin mayor compromiso y me soltó después con la frescura de un viento tropical, con la relajación de un filete. No nos volvimos amigos porque no hay que ser amigo de la policía, pero tampoco dejamos de saludarnos y de hacernos regalos, de conversar ocasionalmente y de comer en los días de fiesta. Muchos de mis clientes me los ha enviado él. No cobra comisión sino que pide que le retribuya el servicio con más revelaciones de sus estrellas. Y en una de esas amabilidades con alguien Babilonius me envió al políglota y éste después a la muerta. 
   La mujer llegó llorando (tenía poco tiempo de vida y yo no lo sabía, pero ella sí) y me dijo que necesitaba conocer su futuro cercano, el de los meses que venía. No recuerdo todo lo que comenté mientras miraba su carta, pero hubo un momento inolvidable. Le dije que el ciclo de un buen amor había terminado y que duraría un tiempo a solas, sin nadie. La mujer empezó a lagrimear despacio, a resoplar y a callar sus gemidos, y estalló en un grito que me hizo dar un brinco del asiento. Le di un vaso de agua, ofrecí un cigarrillo y le serví un brandy y ella aceptó cada relajante con una vibración y un desespero que preferí decirle que se fuera, que la terminaba de atender otro día. Siempre me han alterado las mujeres nerviosas porque cometen demasiadas estupideces. Ella se suicidó esta madrugada. 
   Para llegar a mi destino faltan pocas estaciones. No voy para La Subasta Global que comentan en el casino cada noche, sino para la casa de campo de Abigaíl Gushnok, un mago blanco que me enseñará los trucos de la sanación natural y de la conexión profunda con el cosmos. Con él espero aprender a llevar mi alma hasta otros seres, a orbitar sobre lugares de poder, a bailar con el espíritu del tambor que mueve el planeta y a rejuvenecer mi cuerpo a través de la dicha, la imaginación y la meditación. No me vale un peso, soy un elegido en la distancia. Él me escribió para que lo visitara porque se encontró con mi línea existencial en uno de sus viajes y quedó sorprendido. Para no parecer un forastero miserable he traído quesos finos, vinos exquisitos, algunos frutos de mar que no se consiguen cerca, esencias con especias únicas, trajes de poder, libros, música y un bastón de mando. Con las ganancias que me han dejado los clientes del tren pienso decirle algún día al maestro que nos vayamos de viaje. Sé que me dirá gustoso el si. 
   Ahora mismo me encuentro preparando la mesa para un cliente que aviso que pasaría hoy en la tarde. Bebo brandy y le doy fumadas a la pipa. Escucho música rusa, pura balalaika. Mis sentidos están concentrados en varios estímulos que configuran una gran emoción; el ritmo del tren, la luz perfecta del cenit, el paisaje verde que se corta en dos por el cableado de los postes, el aroma abundante del vapor de canela. Podría decir que si aquella mujer no hubiera muerto estaría experimentando un día perfecto. Alguien toca la puerta. Sigan. Es un tipo medio elegante. Huele a puros y a rhum. No es blanco ni negro, es mulato. Los dedos de sus manos son largos. La barba la tiene de 3 días y sus modales son eficientes. No me fastidia. 
   Empiezo a leerle la carta y sin que él me lo diga sé que es de la Habana y que ahora mismo porta un cuchillo en el bolsillo del jersey. Eso no me lo dicen las estrellas sino mis recuerdos. Sólo en aquella ciudad cubana el ron huele así, y la sangre seca no se ve en ninguna parte de su vestido, así que asumo que la tiene pegada en otro lado. Igual atiendo al tipo y hasta termino bebiendo un par de tragos con él. Cuando sale miro bajo la silla donde estaba sentado y encuentro una nota:

Nos vemos en el bar de clase alta mañana a las 9:OO PM . Necesito contarle quién mató a Maritza Cantoná. Y de paso advertir que usted es el próximo. 


   

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