Thursday, November 23, 2006

El Camino

Por: Nicolás Corrales.

CAMINO
17 de abirl de 2006.


Mas así corrí por las fronteras del corazón de un país
llevando holgada la irónica libertad sobre la espalda,
arcas de carne y viento, sangre y sentimiento
que alzan ligero el escueto consuelo de mi vicio juvenil.

Desinteresado deambulé sin atender al desnudo escritor de viejos
testamentos engalanarse de eclipsados laureles, velando, prisionero,
las cárceles blanquecinas mientras moralizado suspiraba
vacilaciones trasponiendo al oído locura al hombre.

Continué, no volví mi vista ni aún advirtiendo en los ojos de los niños
las luces de la pólvora estallando en tan candidas condiciones el día de fiesta;
yo hubiese, en tiempos más afables de cuando de mi tumba no me interesaba,
salir en risotadas aplaudiendo al cielo mientras llovía de fuego un arco iris.

Pero recuerdo que bajaron injustos hálitos enamorados ese día y
mi vida fácilmente arrebataron. Di tiempo, portándome
orgulloso para esperar el amor, pero él, más siniestro, nunca llego
y la gran herida que produjo su ausencia fue mi despedida.

¡No soporte el dolor! Fue tal el envilecimiento de la daga que
ceñí todo amor que aguardara espera., del más insignificante
al más magnífico yo me pude jactar brusca y remordidamente:
No quise escuchar los lamentos de la pobre familia.

Una sedición de sombras, para tan resistidos olvidos, para
tan placidos recuerdos, que como trampas reclaman la
memoria cuando esta duerme o enferma en nostalgia,
presumí como bendito mientras dolido mesuraba mis penas.

Y así, en aversiones, veía allá en la cima un paramento viniendo
acérrimo a hacer la oscuridad, el verdugo para con mi desconsuelo
quien sin tregua me canta mis sueños turbulentos, quien provoca
en lagrimas de terciopelo las luces de mi huérfana responsabilidad.

Tendí mi camino lejos sobre las gráciles luces de una ciudad capital,
si el ocaso fue gran enemigo la noche sería mi más fino mal, pero fue
fresca e impasible y de una hadada mano yo fui a caminar, persiguiendo
los silencios abiertos y el gran remedio para beber la soledad.

Me fié demasiado de un apasionado lenguaje en cual júbilo
ampare toda callada prosa que recitaba al verme
perdido y conmovido por tanta impresión desorientada,
donde arrojaba la embriaguez de mi destino.


El idealismo el valiente aspecto de la razón
¡Cuando me hallaba en esos fríos charcos oscuros
y llenos de ceniza con mi rostro a media luz!,
el provocativo semblante de la existencia más libre.

El cáustico reposo del corazón al dar oídos
a esas palpitas voces del espíritu errante:
Realmente suspiraba al verme perdido

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