Friday, November 17, 2006

Poemas de la mano de un viajero.

Se fue

Se veía venir todo tras la tormenta garrafal de su voz;
tras lo subliminal de ese sonido que ya conozco tanto
que parece que lo olvidara,
que se ausentara para atraparme a cada instante.

Se fue la bailarina y sin ella el imaginario
de instantes de corta distancia
ni el almanaque en que marque el día del menguante
para despertarla y hacerle el amor sin presura,
sin esa falta de claridad presente en la cotidianidad
en que todo amor había desembocado;
y se llevo con ella el humor latente de mis términos
y una causa cambiante para el camino.

Ahora,
que en años este tiempo puede ser piedra,
me propicié al amor con al falta de claridad
ganada de un cardio rojo.
Su flujo constante de lechuzas parcas
y su arroyo de duendes colorines
apenas ahora tras mi espalda cruza,
esperando a que yo decida
cuando detenerme.

Suplicando que toda mi falacia
no se extinga en un suspiro.




Me dijo Mentira. Me dijo Palabra.


Una amada que perdí al instante de su vacío,
sólo señaló tal vez,
la penuria de cada mirada extraviada
y el periplo de todo paso nocturno.

Sólo se dio cuenta, como si viga eso fuese de mi mundo,
de que tras mi labio loco apenas fuegos crecían como espuma
y de que en cada oda,
que intenté describir sin sentido,
había algo de hombre egoísta y de soledad derramada,
vencida por el denso llanto de placeres.
Mirada cautiva,
sucedánea de la propia imagen del pasado,
ahora me señalas por mi esencia sintética de tinta,
por mi mapa clandestino de versos a musas y besos a ninfas,
ninfómanas y águilas descalzas;
tal vez un poco más libres que mi presencia
o más acá de lo importante,
de lo sutil de un crematorio.

Ahora toda tu voz cantada para bailes me dice mentira,
me enamoré de una falacia.

Y yo te digo mi amor es palabra,
te atragantaste de poemas.



A la caída.

Para esta fecha,
en donde la muralla frágil de mi amor,
derrumbó la querida.



No hay un hueco en el centro
ni la mitad es igualdad,
tampoco la ventana deja ver
ni el ojo lo permite.

Toda esta realidad,
en su desorden ebrio de cansancio y de poses,
no se terminó de caer cuando pensé que lo haría,
es decir,
en el hecho mismo, que tras lo bueno de mi,
descubriste un tesoro de isla de piratas.


Lo abriste y apenas cuervos rosa
con hienas sosegadas te hirieron las pupilas con su ruido
y callaron la alegría que traías bajo tu arete,
tras tu pelo,
en el corsé de mariposas y hada sin varita.


A la caída, pues,
va este escrito orgulloso de sí mismo;
único y último testigo del derrumbe de un imperio de bailes
y caricias en suceso fugitivo;
sin alba ni vientos que sostengan el desfalco.
The end.


El final de todo esto se veía venir
Cuando te dije que mi boca me controlaba.

Las ordenes inexplicables que a mi mente
da lo jugoso y triste de una carne,
son exhibidas a tus ojos, sobre los pisos de los mismos.

Nunca jamás pensé preguntarte algo sobre mi soledad
acompañada de tu presencia,
de tu cuerpo tibio en un solsticio de verano embebido,
entrapado de botellas agridulces.
Nunca idealicé que fuera necesario,
ni conveniente.

Y como el mar que golpea sin fuerza porque añora ser cielo,
sin yo creerlo,
me dijiste puto,
pendenciero y demonio cargado de flechas robadas
a Cupido rencoroso y lunático.

Me hablaste como un triste verso lo haría con la tarde o con el cardio,
con la sangre o con la copa.

Sólo puse atención para no olvidar
que traigo un ramo de espinas invisibles;
afiladas, cada una,
con lo duro de una luna cauta
que alumbra una flor de loto.




Podría.

Podría escribir una canción desesperada
y acompañada de guitarras sin madera,
pero apenas recorro la distancia entre tu sonido y mi causa,
en el intermedio de lo que valdría la pena escucharte
y lo que seguramente,
si de tu lengua sale,
llegaría a ser íntimo, allegado,
familiar a mi tristeza.

Podría tomar,
en el caso dado de andar con Rock Stara,
un poco de ginebra de tierras gélidas
y un cuerpo que sólo usa el placer por conveniencia,
por apariencia y proyección de todo el gran sentido del fluido y del gemido,
de la fruta y del instante, que,
apenas abierto,
circula en la rueda del tiempo como juguete de óxido
y bala sin chispa ni venganza.

Lo peor es que apenas hablo de la pena violeta
que se encarga de mi corazón rojo,
lo único que alcanzo son sus trajes terciopelo en mármol
y las tarde en que amados,
bajo la sombra de un árbol,
nos dimos la derrota mutua en conveniencia de juerguistas del cariño
y locos debidos al alba.

Nos miramos uno al otro sin uno en un instante de dualismo excéntrico
y con olor a oda de uva sangre.

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